De Primera
Arabela García
La guerrera que nunca falló y cuyo legado aún vive en cada colonia y en cada lucha
Por más que ahora llenen funerales con discursos huecos y flores de compromiso, la verdad es simple y dolorosa: le fallaron a Doña Cande. Esa mujer de barrio, de lucha, de calle polvosa y pasos firmes, que sudó cada elección como si fuera la última. Esa que con su voz ronca y mirada directa levantó al partido cuando otros lo dejaban morir. Esa mujer leal, que, sin necesidad de cargos ni reflectores, entregó su vida al PRI. Hoy la despiden los que alguna vez fueron cobijados por su trabajo y su liderazgo, pero que hace años perdieron la vergüenza… y la memoria.
Doña Cande fue parte de una generación de líderes reales, de los que sabían lo que costaba arrancar un voto, no con promesas falsas ni con redes sociales, sino con presencia, con sudor, con palabra. Cuando el PRI ganaba elecciones no era gracias a improvisados con cara bonita y discursos prefabricados. Se ganaban por gente como ella: los que caminaban, convencían, organizaban, y en silencio, ponían los votos sobre la mesa. Y mientras ellos hacían la talacha, otros llegaban a sentarse en el poder, a llenarse los bolsillos y después a escupir el emblema que los hizo.
Baltazar Hinojosa, Alfonso Sánchez Garza, Jesús de la Garza, Erick Silva, tantos nombres que estuvieron ahí… porque ella estuvo antes. Se les olvida que Doña Cande nunca les falló. Ellos sí le fallaron a ella. Y no solo a ella, sino a todos los liderazgos auténticos que hoy están en el olvido. Algunos de esos políticos hoy militan en otros partidos, asesoran a quienes alguna vez dijeron combatir. Les da vergüenza regresar, mirar a los ojos a quienes los hicieron. Se esconden del PRI, pero viven de él.
El PRI, ese que Doña Cande ayudó a construir desde abajo, ya no existe. Queda su cascarón, el membrete, las oficinas llenas de sillas vacías y promesas rotas. Porque no solo se fue Doña Cande, con ella se fue otro pedazo del partido, como bien dijo Yanin García. Y no es nostalgia, es un reclamo. Porque a los verdaderos soldados no se les olvida, no se les relega, no se les paga con indiferencia.
Luis Enrique Leal García no se equivocó al llamarla la mejor escuela política. Pero ojo, escuela es también lo que enseña, lo que forma carácter. ¿Cuántos de los que hoy levantan la voz aprendieron algo de ella? ¿O solo supieron colgarse de su esfuerzo mientras hubo algo que sacar?
Doña Cande no tuvo grandes sueldos, ni oficinas con aire acondicionado. Tuvo respeto. Tuvo voz. Tuvo historia. No sabemos cuánto ganó, pero sí sabemos cuánto dio. Y el PRI quedó en deuda. No solo con ella. Con todos los que, como ella, creyeron en un ideal que ya no reconocen.
Hoy, en su despedida, la acompañó su gente. Los leales. Los que, aunque el barco se hunda, siguen ahí, con dignidad. Los que aún creen que la política puede ser un acto de servicio y no una transacción. Los que todavía llevan tatuado el escudo del PRI en el alma, aunque ya no haya partido que los represente.
Descansa en paz, Doña Cande. Guerrera, militante, madre del PRI que fue. Nos enseñaste a no rendirnos, pero también nos dejaste una lección más dura: que incluso los más leales pueden morir traicionados por quienes más ayudaron.
Al final de su vida, Doña Cande volvió al lugar donde siempre se sintió en casa: su partido. Ahí, donde su espíritu encontraba sentido y su vocación florecía sin condiciones. Nunca pidió nada a cambio, porque para ella servir era una forma de amar. Este miércoles, en un acto lleno de gratitud y respeto, los dirigentes Yanin García y Bruno Díaz encabezaron el homenaje fúnebre a esa mujer que ya no habitará este mundo, pero que deja un corazón lleno de recuerdos, anécdotas y luchas compartidas con grandes figuras de la política local.
Junto a ella, como siempre, su esposo de toda la vida, sus hijos, sus amigas y amigos le dieron el último adiós a una incansable gestora social.
Esta columna es más que un texto: es un homenaje, un acto de justicia desde nuestra trinchera como líderes de opinión. Porque fuimos testigos de sus batallas, de su andar decidido, de su legado inquebrantable. Si hoy Matamoros es lo que es, también se debe a ella: a las colonias que ayudó a formar, a las obras que impulsó, a las personas que nunca olvidarán su mano extendida.
Doña Cande trasciende. Porque solo muere quien es olvidado. Y ella, mientras viva en la memoria de quienes la conocimos, seguirá caminando entre nosotros.
Descanse en paz
Sugerencias y comentarios: arabelagarcia01@hotmail.com