Entre Villancicos y Votos: La Incierta Calma de Tamaulipas

Llega diciembre y, con él, el aroma a pino y la promesa de una tregua. La Navidad, ese bálsamo colectivo, nos invita a mirar nuestro entorno con la mezcla de esperanza y realismo que exige el fin de año. Y al voltear a ver a Tamaulipas, debemos hacerlo con una honestidad brutal: nuestro estado respira una calma que, si bien es bienvenida, sigue siendo frágil.

Es imperativo reconocerlo: sí, Tamaulipas es hoy un estado menos conflictivo que otros en el turbulento mapa nacional. Este no es un ejercicio de pesimismo, sino de contundencia. Las cifras de incidencia delictiva, aunque fluctuantes, han mostrado puntos de inflexión.

Este avance no es casualidad; es el resultado directo de políticas públicas que, por necesidad o convicción, han tenido que ser implementadas. El Gobernador ha navegado en aguas revueltas, y el hecho de haber realizado cambios en su gabinete no es solo una estrategia política, es un reconocimiento tácito de que la calidad del servicio y la atención a los tamaulipecos exigían correcciones de rumbo. La ciudadanía espera que estas reformas y actualizaciones en leyes no sean meros ajustes cosméticos, sino pilares de una verdadera transformación institucional.

Pero la crítica debe ser tan filosa como la realidad. La gestión no se limita a la capital o al Palacio de Gobierno. En nuestros municipios, el panorama a menudo resulta desolador.

Hay alcaldes que se han equivocado y, peor aún, que no han sabido o querido retomar el camino. Sus desaciertos no solo se traducen en baches o falta de servicios; se traducen en confianza perdida.

Y qué decir de aquellos personajes que, sin el historial ni la capacidad probada para manejar la complejidad de un municipio, ya están pensando en escalar posiciones, como es el caso del alcalde de Ciudad Victoria, Eduardo Gattas, entre otros. La ambición sin memoria es un peligro para la democracia. Tamaulipas no necesita advenedizos; necesita servidores públicos con la piel curtida por la experiencia y, sobre todo, con un profundo sentido de responsabilidad hacia los ciudadanos que pagan su salario.

Nuestra reflexión estatal no puede aislarse del huracán nacional. El país no es una pera en dulce, y pretender lo contrario es una peligrosa fantasía. Si bien logramos seguir adelante, cada día se siente más incierto. La polarización social, los desafíos económicos persistentes y la sensación de que las decisiones importantes se toman lejos de la ciudadanía, generan una fatiga emocional colectiva.

Esta Navidad, mientras brindamos por la familia, deberíamos también brindar por la contundencia cívica. No podemos permitir que el brillo de las luces navideñas nos ciegue ante las sombras de la mala gestión y la ineficacia.

La política no es un acto de fe; es un contrato social. Y en 2026, la exigencia del ciudadano tamaulipeco debe ser la misma que la de un niño que espera un regalo prometido: Justicia, resultados y un futuro menos incierto.

Sugerencias y comentarios arabelagarcia01@hotmail.com

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