Los fabulosos ochentas

Los fabulosos ochentas

Tiempo de Opinar

Raúl Hernández

La vida nocturna era incesante

-Época de gran desarrollo económico.

-Nos conocían como Las Vegas de la frontera

 

Raúl Hernández Moreno

 

 

Nuevo Laredo vivió una de sus mejores épocas económicas en la década de los años ochenta del siglo XX. Era una época con mucho desarrollo económico, que era generado por la sociedad civil. La jauja se prolongó hasta fines de los noventa.

Miles de visitantes estadounidenses y nacionales llegaban a Nuevo Laredo para disfrutar de su gastronomía y la vida nocturna. El dinero circulaba en grandes cantidades. Todos ganaban, desde meseros, empleados de bares, clubes nocturnos y el comercio en general, boleros, músicos, cuidadores de coches.

En el exterior se llegó a conocer a Nuevo Laredo como Las Vegas de la frontera.

En 1980, el INEGI reportaba que la población de Nuevo Laredo era de 201 mil 735 habitantes y para 1990 creció a 218 mil 413, la mitad de los que ahora tiene, alrededor de 450 mil. Pese a ser una ciudad relativamente pequeña, había alrededor de dos mil negocios que ofrecían cerveza o bebidas alcohólicas, desde bares, cantinas, licorerías, depósitos, supermercados, restaurantes, centros nocturnos.

Eran tiempos de bonanza. A Nuevo Laredo lo visitaban los ídolos musicales más importantes de la cartelera nacional. En el palenque de Expomex se presentaban Vicente Fernández, Juan Gabriel, Lucha Villa, José José, Dulce, Olga Bresskin, La India María, Maribel Guardia, Yuri, Emmanuel, Ana Gabriel, Lupita D´Alessio, Verónica Castro, Esthela Núñez, Lucía Méndez, Pandora, Antonio Aguilar, Rocío Banquells, Aída Cuevas, Magneto.

En los stands cerveceros se presentaban vedettes como Lin May, los Cadetes de Linares, los rancheritos del Topo Chico, Lalo Mora, Beto Quintanilla.

Cada año, durante los 17 días que duraba la Feria, está lucía llenos todos los días y los fines de semana estaba a reventar. La música se disfrutaba en el Teatro del Pueblo, en el palenque, con sus respectivas peleas de gallos, y en los stands cerveceros, donde se presentaban cantantes, bailarinas, cómicos y grupos nacionales y regionales. Tequila Sauza montaba su propio stand.

Un alto porcentaje de los visitantes provenían de Laredo y ciudades texanas cercanas, atraídos por la fama de Expomex.

Tanto en los ochenta como en los noventa, hubo otros escenarios para la presentación de estrellas musicales. En la Unidad Deportiva, se presentaban Mana, Magneto, Alejandra Guzmán.

En la plaza de toros La Fiesta, del empresario Antonio Montemayor, en 1985 se presentó Luis Miguel, que iniciaba su exitosa carrera. Ahí también se disfrutó del espectáculo ecuestre de Antonio Aguilar. El 2 de junio de 1985, se presentó Vicente Fernández, en un evento a beneficio de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, donde oficiaba el padre Arturo de Alba, todo un icono en la colonia Hidalgo y conocido por las libertades que se tomaba en su vida personal.

Los gruperos como Bronco, Ramón Ayala, Bobby Pulido, Selena y los Dinos, se presentaban en bailes masivos en los terrenos de la feria o en otros lugares y para los grupos locales estaban los salones de baile Saro, Terraza América, El Señorial, que los fines de semana estaban a reventar.

Decenas de grupos musicales, tríos, fara-fara, tenían contrato permanente en bares y centros nocturnos.

Con frecuencia había corridas de toros, con plaza llena, muchos de ellos visitantes texanos y aquí se presentaron los más grandes toreros de todos los tiempos, como Eloy Cavazos, Manolo Martínez, Fermín Espinosa, “Armillita”, Manolo Arruza, Joselito Ruiz, Manuel Capetillo.

Ir a los toros era un espectáculo de calidad mundial. La banda municipal de música, uniformados, alegraba al público con las mejores melodías del mundo taurino, desde el Paso doble clásico, Nerva, Plaza de la Maestranza, etc.  Los turistas “gringos”, llegaban a la plaza de toros La Fiesta, ubicada en el sector donde hoy se ubica el penal, a bordo de calandrias bellamente adornadas.

Afuera de la plaza se ofrecían como souvenirs, cuernos de toro, alcancías con figuras de toro, capotes, monteras.

En esa época Nuevo Laredo tenía un torero, Antonio Canales, que, durante la década de los setenta, abrió el cortijo La Herradura, al final de la calle Maclovio Herrera, escenario de eventos y festivales taurinos.

En 1993, Toño Canales, como cariñosamente se le conocía, se despidió de la fiesta brava, actuando al lado de Eloy Cavazos y Joselito Ruiz, en la plaza de toros La Fiesta.

Otro talento local fue Lorenzo Serratos Jara, El Canario, matador de novillos. Su último paseíllo fue en 1987, en la plaza de toros La Fiesta, donde actuó al lado de Manolo Mejía y Ernesto Belmot. Retirado de los ruedos, siguió colaborando en la empresa promotora de toros de Víctor Lozano. Para entonces era un hombre robusto, obeso y el colega Francisco Puchetta lo bromeaba y le decía que era el único torero más gordo que los toros.

La fiesta brava era un éxito rotundo y se llegó a presentar una corrida de toros dentro del penal de La Loma.

Los turistas estadounidenses llegaban a Nuevo Laredo en el día y en la noche. Durante las mañanas y tardes, se les veía recorriendo las calles del primer cuadro, sobre todo la avenida Guerrero, visitando las tiendas de artesanías, iban a desayunar o comer en restaurantes cercanos al puente 1, o más retirados.

Caminaban por las primeras cuadras de la avenida Guerrero, con una cerveza u otra bebida alcohólica en la mano, de la misma manera en que hoy lo hace el turismo nacional en las calles de Cancún o playa del Carmen. Había residentes a los que no les gustaba el trato especial a los turistas, quizá porque desconocían que lo mismo pasaba y pasa en muchas ciudades que viven del turismo.

A muchos turistas les gustaba contratar una calandria, que abordaban frente al mercado Maclovio Herrera, o en el cruce de Hidalgo y Guerrero, que los llevaba hasta el monumento a Benito Juárez.

Por las noches, los visitantes se divertían en los centros nocturnos del centro o iban a la zona roja.

El equipo de béisbol Tecos era de Nuevo Laredo, lo adquirió en 1981 el empresario Víctor Lozano, y era uno de los principales equipos del país, siendo campeones divisionales de la zona norte en 1985, 1987 y 1989.

En 1989, dirigidos por el legendario manager José “Zacatillo” Guerrero, que los dirigió entre 1986 y 1992, fueron campeones de la liga mexicana y por lo menos una veintena de reporteros de medios nacionales, de prensa, radio y televisión, vinieron a cubrir la final.

Peloteros como Gerardo “La Polvorita” Sánchez, que jugó 19 temporadas para los Tecos, y Andrés Mora, fueron los máximos ídolos de los aficionados al béisbol.

En esos años, Nuevo Laredo se convirtió también en una de las principales plazas de lucha libre, al nivel de la Ciudad de México y Monterrey y en las arenas de la plaza de toros de Juárez y Bolívar, la Cuatro Caminos y Nuevo Laredo, se presentaban los mayores ídolos del pancracio nacional, desde un Blue Demón, El Santo, El Psicodélico, Rayo de Jalisco, Perro Aguayo, Aníbal, Mano Negra, Tinieblas. Mucho mayor fue el éxito de la lucha en la siguiente década, al inaugurarse en 1994 la plaza de toros Lauro Luis Longoria, propiedad de Víctor Lozano, donde se presentaban toros, lucha libre, rodeo, cantantes y hasta eventos políticos. En ese coso, la triple AAA se convirtió en una de las principales plazas luchísticas del país, donde se presentaban Rey Misterio, Konnan, El Cibernético, Latin Lover, Pimpinela, Héctor Garza, Sangre Chicana, Guerrero Azteca, Pierroth Jr., L.A.  Park, Los Brazos.

La euforia se extendió al palenque de Expomex, con sus funciones de matiné de los domingos, también con las estrellas de la triple AAA.

Como en los ochenta no existía el Tratado de Libre Comercio, que se firmó hasta 1994, adquirir perfumes, ropa, aparatos electrónicos, equipo deportivo, fabricados en Europa o los Estados Unidos, era muy caro, pues unos se podían adquirir mediante el alto pago de impuestos, pero otros no.

En cambio, todo eso pasaba por los puentes internacionales, bajo la mirada vigilante del personal del Resguardo Aduanal, cuyos elementos literalmente levantaban dinero con una pala.

Del interior del país, todos los días llegaban a Nuevo Laredo, las “chiveras”, que cruzaban por el puente, perfumes, ropa, relojes, carteras, joyas, aparatos electrónicos y en sus lugares de origen los revendían al doble, al triple y más. Tenían que pagar mordida a los elementos del Resguardo Aduanal en los puentes, en alguna volanta instalada en el km. 11 o 12, en la garita del Km. 26.

Entre los Vistas y el personal de la aduana se repetía la conseja de que, si cabía por el puente, entonces podía pasar, obviamente mediante el pago de una cuota. Eso sí, con los residentes de Nuevo Laredo eran benévolos y permitían el paso de mercancías, con un pago mínimo.

Luego de varias horas de trabajar, elementos del Resguardo, Vistas, agentes de Migración, se metían en los muchos bares que había por la ciudad, a tomar una cerveza o una copa, para calmar la sed o agarrar la jarra y todo mundo los conocía. No era raro que invitaran una ronda de bebidas a todos los asistentes.

En el sector aduana, La Regiomontana fue el bar más famoso. Ahí iban los Vistas de la aduana. Se tomaban una cerveza en un tarro tipo bola, mientras revisaban pedimentos. Alrededor había por lo menos una decena de cantinas, frecuentadas por empleados de la aduana, ubicada frente a la Plaza Primero de Mayo, de las agencias aduanales, alijadores, público en general.

La zona de tolerancia, ubicada en la colonia Mirador, era el principal atractivo para el turismo que disfrutaba la vida nocturna. Su calle principal, que rodea la propiedad, se llama Circunvalación Casanova y sus otras dos laterales son Lucrecia Borja y Cleopatra.

La zona era el último sector poblado, pues no fue sino hasta principios de los noventas, en que se creó la colonia Loma Bonita, a sus espaldas, producto de una invasión de colonos. Al estar en despoblado, facilitaba en las noches ver desde lejos el colorido y brillantez de las luces de neón en las partes altas de los negocios y se le llamaba “la Disneylandia” para adultos.

Los viernes y sábado los negocios estaban a reventar. Un fin de semana, se reunían ahí entre cuatro y cinco mil personas, entre trabajadores de los centros nocturnos y clientes. Lo mismo la visitaban gringos -que cruzaban a pie el puente 1 y en lado mexicano tomaban un taxi- que visitantes nacionales y de la región, atraídos por la fama de bellas mujeres que ofrecían sus servicios en un sinnúmero de prostíbulos.

La Secretaría de Salud, tenía un módulo a la entrada de la zona, al lado derecho, donde las trabajadoras sexuales, mujeres y hombres, debían someterse a una revisión de rutina para detectar enfermedades venéreas. Había un registro de entre 700 a 800 trabajadores sexuales.

A un lado, estaba una demarcación de la policía, a donde eran llevados los parroquianos escandalosos.

El más famoso de los burdeles de la zona, fue el “Casino El Papagayo”, ubicado frente a la entrada principal. Entre semana había más de 60 mujeres, compitiendo entre ellas, con cuerpos esculturales y rostros bellos, ofreciendo sus servicios, venidas de lugares tan distantes como Acapulco, la CdMx, Guadalajara, Monterrey, incluso del extranjero.

Eran famosas e icónicas sus fiestas temáticas de carnaval, Halloween o las posadas navideñas, en el que las mujeres vestían sus mejores disfraces.

El burdel era atendido por su propietaria, la señora Ofelia Camacho. Personalmente atendía la caja. Era una mujer de muy buen corazón, generosa con sus amigos, entre ellos el editor del periódico El Mañana, Heriberto Deándar Amador.

En los años sesenta del siglo 20, en la temporada de vacas flacas del rotativo, cuando don Heriberto no tenía dinero para cubrir la nómina de su periódico, recurría a doña Ofelia, que generosa le facilitaba efectivo suficiente.

El visitante más famoso que recibió fue el expresidente de los Estados Unidos, George Bush padre, cuando ya había dejado la presidencia, quien vino de cacería a un rancho de Nuevo Laredo, lo llevaron a El Papagayo y al entrar y ver a mujeres tan bellas exclamó: ¡Esto es el paraíso!

Con frecuencia se veía ahí al cura Arturo de Alba, asignado a la parroquia  de Nuestra Señora de Guadalupe.

En 1987, afuera de El Papagayo, se filmaron unas escenas de la película El Fiscal de Hierro, protagonizada por el popular actor Mario Almada y la cantante Lucha Villa. Se trata de una versión libre sobre el enfrentamiento, en el primer lustro de la década de los setenta, del agente del ministerio público federal, Salvador del Toro Rosales y la familia de los Reyes Pruneda.

Se grabaron breves escenas afuera de El Papagayo, El Marabú y El Tamyko y en la película hay un cameo del capitán Jesús Torres Espejo que en ese entonces era el jefe de la policía municipal en Nuevo Laredo. Su nombre aparece en los créditos de la película, estrenada en las salas cinematográficas en  1988. También aparece, algunos segundos, el comandante, de la misma corporación, Nicolás López Guzmán.

El Papagayo fue el burdel más rentable de la zona. La señora Camacho también construyó el hotel Tres Caminos, asociada con el abogado Pedro Pérez Vázquez, cuyo padre, Pedro Pérez Ibarra, era el entonces todo poderoso secretario general de la CTM, que tenía el control político de Nuevo Laredo. Ponía alcaldes, funcionarios municipales, estatales y federales. Ambos también invirtieron en la discoteca Domani.

La señora Camacho vivía en una casona por la avenida Reforma, frente al Instituto Tecnológico, muy conocida porque en el patio tenía pavorreales y avestruces, que se podían admirar desde la banqueta, pues tenía un portón grande de rejas.

En su momento, la zona de tolerancia de Nuevo Laredo fue calificada como la mejor del país, por la belleza de sus mujeres, en particular las de El Papagayo, que superaba, y por mucho, al burdel La Huerta, en la zona roja de Acapulco, famoso porque tenía mujeres provenientes de varios países.

Los prostíbulos y bares, tenían como su representante y lideresa a la señora Martha Cuéllar, propietaria de burdeles como El Marthas, Miramar y Dallas, que le generaban grandes recursos económicos y le permitieron instalar, en la década de los setenta, el periódico El Sol dirigido por su marido Raúl Cuéllar García.

El Sol era un periódico vespertino, tamaño tabloide, que llegó a tener una alta circulación porque era crítico del gobierno. Cuando el gobernador Enrique Cárdenas González visitaba Nuevo Laredo, el vespertino lo recibía con una nota en su portada y una cabeza a grandes letras que rezaba: ¡Hoy nos visita el goberladrón!

La señora Martha no solo ostentaba poder económico, también era una fuerte generadora de votos, en tiempo de elecciones. En 1992 le organizaron un mitin, con la participación de varios cientos de trabajadoras sexuales, meseros, talacheros y personal en general de la zona de tolerancia, al entonces candidato a gobernador por el PRI, Manuel Cavazos Lerma.

Por prudencia, el mitin no se realizó dentro de la zona, sino a menos de 200 metros, por la calle Toluca y Monterrey. Al llegar, Cavazos Lerma, con fama de enamorado, se tomó del brazo de una exuberante mujer y casi enseguida un ayudante se le acercó para decirle al oído que no era una femenina, sino un hombre arreglado como mujer, a lo que el candidato, en voz baja, dijo:! ¡Pues de todos modos está muy bonita!

Otros negocios exitosos en la zona de tolerancia eran El Marabú, El Tamyco, Dallas, Pull Man, Selavi, [RH1] El Ocho, La Estrella, Savoy, Marthas, La Pelota, La Estrella, La Cosa, New Shamrock, Miramar, Gildas, El 1,2,3, el billar El Oasis, El Tenampa, El 7 Negro, El Diamante Azul, El Alice, Corpus Christi, Cielo del Muerto, BB y BT.

En sitios como El Savoy, El 1,2,3, La Pelota, El Ocho, se presentaban cantantes como Beto Quintanilla, Lalo Mora, Aniceto Molina, Víctor Hugo Ruiz y su grupo Zaz, La Misión Colombiana.

Había varios burdeles dedicados a la prostitución masculina, como Miramar, New Shamrock, El 7 Negro, pero el más famoso era el Dallas.

Un negocio que escandalizaba, por la perversidad de su espectáculo, era La Cosa, donde se ofrecía el Donkey Show, en el que una mujer copulaba con un asno, que era sostenido en sus cuatro extremidades por empleados, para evitar el riesgo de que pateara a la femenina.

Era un show escandaloso que fue importado de Tijuana.

También había varios restaurantes modestos que estaban abiertos hasta altas horas de la madrugada y donde se podía disfrutar menudo, milanesa empanzada, un filete de res, lonches de ternera, tacos de carne asada, guisados, de todo. Junto a uno de estos restaurantes funcionaba un estudio de fotografía, en el que se rebelaban las fotografías que tomaba un profesional, dentro de los burdeles, a parroquianos a los que no les importaba correr el riesgo de que les encontraran ese souvenir.

A la entrada de la zona, al lado izquierdo, funcionaba un puesto de madera que ofrecía brisket asado al carbón, que era muy característico por su humareda y por concurrido.

A las dos o tres de la mañana empezaban a cerrar negocios y los clientes se concentraban en bares que se quedaban abiertos hasta el amanecer o de plano no cerraban,  y ofrecían música en vivo, para que las parejas bailaran.

Como muchos de los centros nocturnos ofrecían música en vivo, amas de casa y jóvenes de familia, iban los fines de semana, para bailar y divertirse, sin que nadie les faltara el respeto, pues la zona de tolerancia era muy segura. Rara vez había pleitos y cuando se presentaban eran resueltos por el propio personal del negocio, que literalmente los botaban del lugar o llamaban a la policía preventiva para entregárselos.

En marzo de 1983 empezó a operar el hipódromo. Al principio ofrecía carreras de caballos y galgos y con el tiempo se suprimió a los primeros y se quedó con los perros. Cuando fue inaugurado asistió la señora Eva Sámano, viuda del presidente Adolfo López Mateos. También estuvo el entonces poderoso jefe de la Dirección Federal de Seguridad, Rafael Chao.

Fue un atractivo turístico a nivel internacional, que, junto con las corridas de toros y la zona de tolerancia, atraían a miles de texanos. El hipódromo duró pocos años y al cerrar, en el centro, en Ocampo y Bravo, abrió el sitio de apuestas Turf Club, donde se transmitían en vivo carreras de caballos y deportes.

Los fines de semana, las manzanas cercanas al puente I, eran una romería de gente durante las madrugadas. Había más gente caminando en las primeras horas de la mañana, que, durante el día, buscando el lugar correcto para tomarse una copa, para bailar, para disfrutar un espectáculo en vivo, para cenar.

En las manzanas cercanas al puente I había alrededor de un centenar de centros nocturnos, bares y negocios de comida.

En el día operaban restaurantes de alta cocina, como El Cadillac, en la esquina de Ocampo y Beldén. Fue inaugurado en los años veintes del siglo 20 y hay la leyenda urbana de que, a principios de los treinta, en plena ley seca en los Estados Unidos, fue visitado por el capo de capos, Al Capone. A fines de los ochentas se mudó a la esquina de Matamoros y Victoria y ahí se podía consumir platillos internacionales desde caracoles, camarones rellenos de jaiba, ostiones a la Rockefeller, filete mignon, sopa de tortuga, pastas variadas, etc.

Otros restaurantes de nivel internacional eran el Victoria 20-20, La Fittes, La Vinatería, El Tom y Jerry´s, operados por la familia Longoria, que ofrecían una carta internacional y eran lugares que frecuentaban los turistas gringos para comer o cenar y tomarse una copa.

En la esquina norte de Matamoros y Victoria funcionó en un mismo edificio, el restaurante La Fittes, el bar O´Henrys y la discoteca Papitos. En el sótano funcionó el O´Henrys, en el primer piso La Fittes y en el segundo, Papitos, que contaba con una pista que se elevaba mediante un mecanismo de pistones.

La Vinatería, en la planta alta donde estaba El Pub, funcionaba como restaurante y salón de eventos. Ahí trabajo, como bar tender, Ramiro Salas, que con el pasó de los años se convirtió en un exitoso empresario restaurantero, dueño de restaurantes como Laredo´s Parrillita y Morena Linda.

Restaurantes más modestos eran el Alicia, cafetería San Ángel, El Padrino, La Plaza, abiertos toda la madrugada. Durante el día operaban restaurantes como La Nápoles, El Tokio, El Parras, La Modelo, La Mundial, La Media Naranja.

La oferta gastronómica era amplia y de calidad. Además de los negocios del centro, se desayunaba, comía y cenaba de primer nivel, en el restaurante del Motel El Río, icónico lugar en el que se hospedaban artistas, políticos, empresarios, ubicado en donde actualmente opera la tienda HEB.

El restaurante de mariscos El Marinero, inaugurado en 1971, si bien no era el único, era el mejor. Casi siempre estaba a  reventar, los clientes debían esperar 30-40 minutos para obtener mesa, por lo que abrió otro local, Río Mar, a menos de 300 metros y la gente se iba caminando para alcanzar mesa.

Otro lugar que no se daba abasto era El Rancho, que contaba con un mariachi de 10 músicos, dirigidos por el maestro Eduviges, que igual tocaba Janitzio, la Bikina, Las bodas de Luis Alonso, los éxitos de José Alfredo Jiménez y Vicente Fernández. Otros mariachis estaban anclados en El México Típico y en El Rincón del Viejo.

Abundaban restaurantes de carne asada dignos de visitantes extranjeros, como El Rincón del Viejo, Teotihuacan, La Cabaña del Novio, México Típico, Villa Laredo, Pancho Villa, La Palapa, El Quijote, Brincoloandía, El Cactus, Las Jarritas, El Viejo Mundo.

Los restaurantes El Principal y Nuevo León, por la avenida Guerrero, entre Hidalgo y Dr. Mier, se especializaban en cabrito al pastor, junto con El Rincón del Viejo, en la colonia Hidalgo.  

Sitios como El Pub, Los Fabulosos Veintes, de Manolo Peña, y El Raphael, de Juan de Anda, ofrecían música en vivo para bailar. Los dos últimos ofrecían una variedad, en la que el cartel incluía bailarinas, un mago, algún cómico venido de Monterrey o lugares circunvecinos. Menos famoso que El Raphael y los Fabulosos Veintes, era el bar del desaparecido hotel Hacienda, que también ofrecía variedad en vivo, sobre todo show de travestis. El locutor Fernando Pedraza operó centros nocturnos con este tipo de variedades, primero tuvo uno enfrente del puente internacional II y luego otro en el sótano del restaurante Nuevo León.

Cómicos como El Chato San Román y Yancuic, eran la delicia del público. El primero vacilaba a los políticos del momento, como al abogado Alfredo Buerón Gracia. Cuando lo veía levantarse para ir al sanitario le cantaba: “Ya sé a dónde vas, que todo te salga bien”.

En el segundo lustro de los ochentas, se inauguró el hotel Palacio del Río, junto al puente internacional número uno, propiedad del abogado Carlos Aguilar Garza. El negocio se publicitaba como el primer hotel de cinco estrellas en Nuevo Laredo.

Tenía un restaurante en el segundo piso, Lord, y una discoteca en el tercero, El Caballo Loco. Ahí se iba a bailar y con cierta regularidad se presentaban cómicos como El Loco Valdez o el también cantante Raúl Vale, cuando estaban en su mejor momento.

En los bares como El Capri, La Mansión, Shamrock, El Trovador, Los Fresnos, La Cascada, El Jardín, La Cava, se iba a beber y bailar. Algunos contaban con mujeres que bailaban a cambio de una “ficha”, de diez pesos, menos de un dólar. El más famoso de estos negocios fue El Trovador, ubicado en Belden entre Guerrero y Ocampo, de don Roberto Rivera. Era un bar modesto, al que acudían clientes de clase baja y media. Este empresario abrió luego Pueblo Viejo, en Galeana, entre Victoria y Beldén, con un restaurant-bar dirigido al turismo estadounidense, que no tuvo éxito.

Por la avenida Juárez y Bravo, operó el burdel conocido como Doña Trine, que después se mudó por el rumbo de la aduana. La calle Juárez, entre Bravo y 15 de junio, la ocupaban bares modestos, como El Paraíso, donde se ofrecía la prostitución masculina. Por la 15 de junio, entre Matamoros y Juárez, había varias cantinas modestas.

Sobre la avenida Guerrero, más al sur, funcionaban bares con música en vivo como El Fox Hole, Golden Club, Black Rouse, El Acuario, El Sax.

Para los jóvenes estaban las discotecas como el Lion´s Den, el Domani, el Guillermos, el Emilianos, Vivant, Firenze y los domingos el primero ofrecía tardeadas, sin venta de bebidas alcohólicas, para los menores de edad.

El Firenze, en Reforma y Álvaro Obregón, tenía tal éxito que no era raro que se limitará la entrada, porque ya no cabía nadie. Existe la leyenda urbana de que en una ocasión le negaron el acceso al entonces jovencito actor Keanu Reeves, porque no llevaba vestimenta adecuada.

Bares como La Montera, El Paraíso, Don Antonio, La Noria, El 66, El Íntimo, La Tuna, El Túnel, Bala Raza, El Moctezuma, La Faena, El Gusano, El Parral, El JT, Torito, El Jet Set, Gambrinus, El Taurino, El Tropicana, El Moctezuma, eran otros negocios socorridos del centro. Más al sur, a la entrada de la colonia del ISSSTE, por la vieja carretera nacional, se ubicaba el bar Valle de México.

Por la avenida Guerrero, entre 5 de febrero y Tamaulipas, funcionó durante muchos años el depósito Villa María. Estaba abierto día y noche, pese a que la ley obligaba a cerrar a la media noche, pero el dueño, Raúl Garza Cortés, obtuvo un amparo contra la Ley de Alcoholes, que le permitió vender cerveza sin restricciones. Su competencia, aunque en menor grado, era La Casa Verde, en Ocampo, entre Moctezuma e Iturbide, que vendía cerveza y cigarros americanos y whisky Buchanan, el más caro y de moda, por esos días.

En la época de más bonanza, al frente de la Oficina de Alcoholes, dependiente del Gobierno del Estado, estaba Heriberto El Cuate Elizondo. Era chofer de la editora Ninfa Deándar quien le consiguió ese cargo con el gobernador Emilio Martínez Manatou y fue ratificado en el sexenio de Américo Villareal Anaya.

Desde esa posición, El Cuate Elizondo se empapó del negocio y se convirtió en los noventas en un próspero empresario que instaló las cantinas El Rey, frente a la Plaza Hidalgo, y La Ballena, por la calle Ocampo y Pino Suárez, que se distinguieron porque desde que abrían hasta que cerraban no dejaban de exhibir películas pornográficas. Más adelante construyó La Herradura, en Matamoros e Hidalgo, y el Vito´s, por la calle González, pasando la Leandro Valle, un bar gay que tuvo muchísimo éxito.

De ser jefe de alcoholes, El Cuate se convirtió en representante de los alcoholeros, junto con personajes como José Luis Ortiz y René Molano.

A principios de los noventas surgieron los primeros table dance como Egpxcias, El Colorados, Danash, en la zona de tolerancia, y más tarde El Penthouse y El Punto G.

Por el cruce de Degollado y Bolívar, funcionó el bar Los Cazadores, de Jesús Ochoa, donde decenas de mujeres eran el deleite de los parroquianos.

Otra fuente generadora de ingresos eran los negocios dedicados a la venta de artesanías. Había decenas. El más importante fue la Casa Martí, en Guerrero y Victoria, que llegó a tener entre sus clientes a Claudia Alta Johnson, esposa del presidente estadounidense Lyndon B. Johnson. Ahí se vendió un cuadro de Rufino Tamayo.

Decenas de tiendas se distribuían en las manzanas cercanas al puente y en ellas se encontraban artesanías de todo el país, desde barro negro y rebozos de Oaxaca, sarapes de Saltillo, máscaras de todo el país, jorongos, juguetes de madera, figuras de papel meche, muñecas de Querétaro, carteras y cintos de piel de León, botas exóticas, etc.

En el centro, por la avenida Guerrero, entre Hidalgo y Pino Suárez, atendida por don Rodolfo Reyes, funcionaba una talabartería que fabricaba botas, cintos, chamarras, faldas, pantalones, de piel y cuero, a la medida del cliente, en particular texanos. Otra funcionaba y sigue activa,  en Reynosa e Hidalgo.

Otro negocio emblemático de artesanías era Rafael de México, que fabricaba muebles artesanales y en 1987 construyó un altar que utilizó el Papa Juan Pablo II en su visita a San Antonio, Texas.

Las joyerías y los consultorios médicos, en especial los dedicados a la venta de medicamentos controlados, vendidos con el señuelo de que se utilizaban para adelgazar, tuvieron mucho auge. Fue un negocio muy lucrativo, los médicos dedicados a eso, pagaban 20 dólares por cada gringo que les enviaban reclutadores instalados frente al puente I.

La mancha urbana llegaba, por la carretera nacional, hasta el km. 10, con negocios esporádicos más allá; por la Calzada de los Héroes, hasta donde actualmente está el parque industrial Dos Laredos; por la avenida Revolución, la tienda de abarrotes Navarro, era un referente de lo alejado de la mancha urbana.

La ciudad era más pequeña, pero sus calles estaban bien conservadas, aunque a mediados de la década de los ochenta, empezaron a surgir hundimientos en el pavimento, provocados por la antigüedad de las tuberías del drenaje.

Como la ciudad era pequeña, los fines de semana, los jóvenes se iban a guerrerrear, aprovechando que la avenida Guerrero era de doble sentido. El recorrido empezaba por la calle Héroe de Nacataz hasta el monumento a Juárez y de regreso. Los jóvenes circulaban en sus vehículos con sus equipos de sonido a todo volumen y tomando cerveza o refrescos. Todo era tranquilo, sin pleitos, más que de palabra.

Con la llegada del ingeniero Arturo Cortés Villada a la presidencia municipal, en el trienio 1990-1992, se implementó una campaña moralizadora en la que durante el primer año ordenó el cierre, primero de 58 bares y cantinas, y después, otra veintena, tanto del centro como del sector aduana, en donde funcionaban más de una docena de cantinas.

El cierre se hizo ante el enojo de la CTM que controlaba una parte de los trabajadores agrupados en el sindicato de meseros. De la noche a la mañana, hubo cientos de desempleados y el turismo nocturno se concentró en la zona roja, en los table dance y las discotecas.

Los ochenta y noventa, fueron una época de bonanza, época en la que circulaba mucho el dinero y beneficiaba a miles de familias. Fue una época muy tranquila, muy segura. Lo mismo en el centro, que en la zona de tolerancia y en cualquier otro punto de la ciudad, se podía transitar en vehículo o a pie, en plena madrugada, sin sufrir asaltos ni ser molestado por la delincuencia o por elementos de los cuerpos policiacos, que eran abundantes, desde la policía municipal, el servicio secreto, la policía judicial del estado, la judicial federal, la Dirección Federal de Seguridad, la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales, la rural, migración, el Resguardo Aduanal, etc.

Las mujeres podían caminar solas, en plena madrugada, con falda corta y escotes amplios, y a lo más que se exponía era a que un borracho le gritara ¡mamacita!, pero sin intentar tocarla.

Por supuesto, ya éramos una ciudad famosa por sus grupos criminales. Los criminales de la época iban a los restaurantes y bares y consumían como cualquier otro cliente, sin molestar a nadie. De ese tamaño era el respeto a la sociedad. Además, eran  generosos en sus propinas y los empleados peleaban por atenderlos.

Después del segundo lustro de los noventa, el turismo extranjero empezó a disminuir en Nuevo Laredo, hasta que se extinguió en los primeros años del nuevo siglo.

Para el siglo XXI, fue posible tener en Nuevo Laredo la presentación de la ópera La Traviata, el 21 de octubre de 2001, en el Teatro Adolfo López Mateos, pero la vida nocturna bajó el telón y con ello el dinero dejó de circular a manos llenas y de beneficiar a miles de familias.

 


 [RH1]

editor

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