De Promera
Arabela García
Un líder que silencia no gobierna, oprime; y quien calla ante la injusticia, también lidera hacia el abismo
Mientras en Roma suenan las campanas de esperanza, aquí deben sonar las de alerta. Porque el Papa puede hablar de paz, pero si sus palabras no nos mueven a actuar contra la injusticia en nuestra tierra, entonces solo serán ecos vacíos en un templo de piedra
Hay momentos en la historia donde el liderazgo no se mide por la fuerza de la voz, sino por su verdad. Y si algo necesita este mundo, tan lleno de gritos, es una voz que susurre con convicción el valor de la dignidad humana. Así, con una sencillez que desarma más que cualquier espada, el Papa León XIV se ha presentado al mundo con un mensaje claro: construir puentes desde la paz, no levantar muros con el miedo.
El nuevo Papa enfrenta una de las misiones más urgentes de nuestro tiempo: hacer conciencia de que la Iglesia no puede seguir siendo un espectador pasivo ante los males del mundo ni una estructura centrada en sí misma. El mundo está lleno de malos líderes, y no solo los que se visten de poder político o económico. Hay malos líderes en los púlpitos, en las cámaras legislativas, en los micrófonos de los medios, y también, tristemente, entre quienes debieron guiar con el alma y no con la ambición.
Hoy, en México, mientras León XIV invita al diálogo, aquí se está redactando una ley de telecomunicaciones, impulsada por Claudia Sheinbaum, que amenaza con convertirse en la nueva cruz de Poncio Pilato: una herramienta para callar al inocente, para legalizar el silencio del disenso, para lavarse las manos ante la libertad de expresión. ¿No fue acaso también eso lo que crucificó a Cristo? No la violencia directa, sino el abandono cobarde del poder frente a la verdad.
Los verdaderos líderes no se construyen en el consenso de aduladores ni en la obediencia ciega. Se forjan en la adversidad, en la honestidad de reconocer los errores, como ha empezado a hacer la Iglesia al mirar su pasado sin temor. Mientras tanto, hay gobiernos que retroceden siglos al criminalizar la voz libre, al convertir la diferencia en amenaza. No puede haber liderazgo donde hay miedo a ser cuestionado. No puede haber justicia donde se premia al leal y se castiga al honesto.
Liderar para la tierra y para el cielo: el reto de León XIV en tiempos de oscuridad
La Biblia, que tanto inspira a León XIV, está llena de ejemplos de liderazgo corrompido: Herodes, Abimelec, Joram, Judas. Todos ellos guiaron no con alma, sino con cálculo. Todos ellos terminaron arrastrando al pueblo a la ruina, porque pensaron que el poder es una armadura y no un servicio. Porque creyeron que el pueblo era un rebaño sin pensamiento, no una comunidad de conciencias.
Por eso el liderazgo de León XIV debe ser algo más que un cambio de nombre o de nacionalidad. Tiene la responsabilidad moral de levantar la voz contra la injusticia dentro y fuera de la Iglesia. Tiene que recordarnos que el liderazgo no se hereda, se ejerce con valentía. Que la Iglesia no fue fundada para conservar privilegios, sino para entregar la vida. Que callar ante la opresión, sea en el nombre que sea, es traicionar el Evangelio.
Un buen líder, como el que necesitamos en la tierra y aspiramos en el cielo, no amenaza, no impone, no manipula. Un buen líder escucha, confía, guía con el ejemplo. Un buen líder reconoce que la libertad de expresarse, de disentir, de sentir, es el don más divino que tenemos. Y ese don hoy está bajo ataque.
León XIV, el mundo lo mira. Pero más importante: lo escucha. Hable fuerte. Hable claro. Sea un líder que no solo conduzca al cielo, sino que enseñe a esta tierra cómo merecerlo.
¿Estamos preparados para seguir a un líder así, aunque incomode nuestra zona de confort?
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