Gastón Monge
Nuevo Laredo, Tamaulipas.- A sus 93 años de edad, Rodolfo Martínez Páez tiene que trabajar recogiendo todo lo que le regalen en un largo recorrido por la ciudad, que tiene que hacer a bordo de su viejo y casi desmantelado carruaje de madera, que es jalado por un burro de 15 años de edad.
Desde hace 5 años este asno se ha convertido en su amigo inseparable debido a la pérdida de su esposa quien durante medio siglo estuvo siempre a su lado, en las buenas y en las malas, y ahora ese lugar lo ocupa ‘El Indio’, nombre que le dio a este inteligente animal de color pardo, que a paso lento jala y jala sin descanso este carruaje tan singular como escaso ya en esta ciudad en donde predominan los automotores.
La edad se le vino encima a Rodolfo, tanto que durante el trayecto dormita durante varios minutos, pero eso no impide que ‘El Indio’ siga su camino rumbo a la vivienda del anciano, y solo jala el carruaje, se detiene en cada calle, da vuelta en donde sabe que tiene que hacerlo, y emprende el camino en una ruta que tiene memorizada.
“Yo me duermo pero ‘El Indio’ sigue el camino”, explica el anciano, y dice que cuando viene un carro, el animal se detiene para dejarlo pasar, y emprende su camino hacia la colonia Buenavista, al poniente de la ciudad.
A Rodolfo este reportero lo siguió durante algunos minutos, tal vez 10, y mientras dormitaba con la cabeza inclinada, ‘El Indio’ siguió el camino como si en cada calle hubiera trazada una ruta, porque dio vuelta donde debía, se detuvo donde debía hacerlo, y siguió caminando siempre a paso lento, como si supiera que Rodolfo estaba cansado y no debía despertarlo.
“Gracias a Dios no nos falta nada, y mi burrito come mejor que yo, porque come maíz, pastura, mezquite y hasta tortillas duras que le dan”, menciona este viejo jinete en cuyo rostro y manos se aprecia el paso de muchos años de trabajo y de penurias, pero el burrito nunca se equivoca de calle.
La voz de Rodolfo también está cansada y apenas se entiende, pero ello no impide que su buen humor siga vigente, ya que explica que siempre le va bien siempre y cuando obtenga para comer él y su amigo, quienes comparten el mismo hogar en la colonia Buenavista.
No se enferma
A pesar de su avanzada edad, Rodolfo pocas veces acude al médico, y como él dice; ¿para qué? si no gripa le da, y lo que le duele dice que son dolencias de la edad, y en forma repentina suelta una simpática carcajada que le deja ver su dentadura maltratada pero casi completa.
“Ya es la edad, es la edad, tanto que anduve que algo me tiene que doler”, replica de nueva cuenta mientras sonríe.
Nació en esta ciudad en la popular colonia Juárez, en donde recuerda que no había casas ya que eran los límites de un pequeño pueblo de descendientes que las familias que emigraron de la vieja ciudad que quedó al otro lado del Río Bravo, cuando México perdió Texas y Laredo.
“Ahora la ciudad ya creció mucho y llega hasta la línea del gas en el camino que va para Monclova”, explica, pero no sabe que la ciudad ya se extendió más allá de lo que aún recuerda, y recuerda que esos caminos los nadaba cuando pizcaba el algodón en la comunidad de Rodríguez, Nuevo León, unos 80 kilómetros al sur por la carretera a ciudad Anáhuac, en un carretón similar, trayecto en el que tardaba un día para llegar.
“Yo estaba chico y me llevaba mi padre a la pizca del algodón, pero eso fue hace mucho tiempo”,. Recuerda con claridad.
Ante de tener ‘El Indio’ tenía otro burrito llamado ‘Filemón’, al que le robaron afuera de su casita mientras estaba atado con una cuerda, razón por la que cuida en extremo a su fiel amigo, ya que dice que en la ciudad ya no hay burros ni carruajes como el suyo.
Y mientras este reportero platicaba con Rodolfo, el burrito, impaciente, jalaba y jalaba la cuerda sostenida con firmeza por las manos del viejo jinete, impaciente porque ya quería estar en su hogar para descansar y comer algo.
Al terminar con la entrevista, ‘El Indio’ emprendió el camino de regreso a casa, por calles del sector aduana, y reiterando lo dicho por Rodolfo, el animal se detuvo en un crucero, vio para ambos lados, y cruzó la calle para dar vuelta y perderse entre las calles, los autos y las decenas de negocios de este sector, ante la mirada indiferente de los caminantes.